Había una vez una anciana que pasaba días enteros en la entrada de su aldea, ahí había un pozo de agua donde todas las personas, forasteros y lugareños asistían para recoger agua.
Un día una joven que venía rumbo a la aldea se le acercó y le preguntó:
—Yo nunca había estado en este pueblo como este ¿Cómo son los hombres de esta aldea?
La anciana levantó los ojos, la miró de frente y le preguntó:
—¿Cómo eran los hombres del pueblo de dónde venías?
—Uh, machistas, egoístas y peleadores. Por eso me siento contenta de haber salido de allá.
—Así son los hombres de este pueblo, respondió la vieja del pozo, de manera tajante.
Un poco más tarde, otra mujer se acercó a la anciana y le hizo la misma pregunta:
—¿Cómo son los hombres de este pueblo?
—¿Cómo eran los hombres del pueblo en que vivías? —preguntó la anciana.
—Pues todos son buenos, honestos, trabajadores. Tenía tantos amigos allí que me da pena separarme de ellos.
—Así son los hombres de aquí —dijo la vieja de manera inmediata.
La primera joven, que había permanecido cerca, escuchó la conversación, se acercó a la anciana y le dijo:
—Vieja mentirosa ¿Cómo puedes dar dos respuestas tan diferentes a cerca de la misma pregunta?
La anciana, con una sonrisa en sus labios, le contestó:
—Sino has vivido nada bueno en tu vida, tampoco lo vivirás aquí. En cambio, aquella persona que tiene amigos en su ciudad, aquí también encontrará amigos felices y leales. Porque las personas son lo que hallan en sí mismas: uno siempre encuentra lo que quiere encontrar.
Moraleja
Esta historia nos sirve para aprender y enseñar sobre la actitud acerca de que cosechamos lo que sembramos, si yo veo el mundo de manera oscura es porque yo soy una persona oscura y si yo veo el mundo de forma alegre es porque yo soy una persona alegre.
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