Había una vez un hombre que no era guapo, era petizo, y era un poco gordito, pero sobre todo tenía una horrible joroba. Un día visitó a uno de sus clientes que tenía una hermosa hija llamada María. El jorobado se enamoró perdidamente de ella, pero a María le incomodaba un poquito su apariencia deforme.
Cuando llegó el momento de despedirse. El jorobado se llenó de valor y subió por las escaleras hasta el cuarto de María para tener una última oportunidad de hablar con ella. Era una visión de belleza celestial, pero lo entristecía profundamente su negativa a mirarlo. Después de varios intentos de conversar con ella, le preguntó tímidamente: ¿Crees en el destino?—Sí —respondió ella, todavía mirando al suelo, creo que los matrimonios se crean en el cielo ¿Y tú? Claro que sí —contestó ella- en el cielo, cada vez que un niño nace, el Señor anuncia con qué niña se va a casar. Cuando yo nací, me fue señalada mi futura esposa. Entonces el Señor añadió: “Pero tu esposa será jorobada.” Justo en ese momento dije: ¡Oh, Señor!, una mujer jorobada será una tragedia. Por favor, Señor, dame a mí la joroba y permite que ella sea hermosa”. Entonces María levantó la mirada para contemplar los ojos del jorobado y un hondo recuerdo la conmovió, lo agarró de la mano y más adelante se convirtió en su devota esposa.
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