Uno de los primeros reyes bretones, Meriadec, yendo cierta vez con una expedició al frente de su ejército, vio junto a un río, un animalito blanco como la nieve, que corría asustado de un lado a otro, dando muestras de gran inquietud. Era claro que quería cruzar al otro lado del río, pero temía fallar el salto. ¿Qué había ocurrido? El monarca, creyendo que el animal estaba herido, se detuvo junto con su comitiva, para observar tan extraño caso. Señor —dijo uno de los oficiales, ese animal no está herido. Es un armiño, duda en atravesar el riachuelo lleno de barro porque tiene miedo de ensuciar su blancura, prefiere morir a mancharse. El rey quiso confirmar lo escuchado y se acercó al armiño. El animal lleno de miedo quiso lanzarse al agua, pero al ver que se iba a ensuciar, instintivamente retrocedió. No. ¡Todo esfuerzo era inútil! No podía pasar. Entonces, entre dos peligros, el armiño escogió el que le pareció menor. Se echó en el suelo y esperó resignado a que el rey lo cogiera. El monarca lo tomó entre sus manos, lo envolvió con su manto y le limpió cuidadosamente las patitas enlodadas. Dicen que el rey bretón, en memoria de este singular episodio, mandó bordar un armiño en sus banderas, con este mensaje: Antes la muerte que la deshonra.
Moraleja:
Esta historia nos ayuda a reflexionar sobre La pureza
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