Cuando era joven y libre y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar al mundo. Cuando maduré y me volví más sabio descubrí que el mundo no cambiaría, así que moderé mis aspiraciones y decidí cambiar únicamente a mi país. Pero éste también parecía inamovible. Al llegar a mis años crepusculares, en un último intento desesperado resolví cambiar únicamente a mi familia, a los miembros más cercanos a mí, pero, ¡ay!,de ninguna manera lo permitirían. Y ahora, en mi lecho de muerte, de pronto caigo en la cuenta: Si tan sólo me hubiera cambiado primero a mí mismo, entonces con mi ejemplo habría cambiado a mi familia. Con su inspiración y aliento, habría podido entonces mejorar a mi país y, quién sabe, quizá podría haber cambiado incluso el mundo.
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