Érase
una vez un hombre tan piadoso que
hasta los ángeles se alegraban viéndolo. Pero, a pesar de su enorme santidad,
no tenía ni idea de que era un santo. Él se limitaba a cumplir sus humildes
obligaciones, difundiendo en
torno suyo la bondad de la misma manera que las flores difunden su fragancia, o
las lámparas su luz. Su santidad consistía
en que no tenía en cuenta el pasado de los demás, sino que tomaba a todo
el mundo tal como era en ese momento, fijándose, por encima de la apariencia de
cada persona, en lo más profundo de su ser, todos eran inocentes y honrados.
Por eso amaba y perdonaba a todo el mundo, y no pensaba que hubiera nada extraordinario
en ello, porque era la consecuencia lógica
de su manera de pensar.
Un
día le dijo un ángel: —Dios me ha enviado a ti. Pide lo que desees, y te será concedido.
¿Deseas, tal vez, tener el dónde
curar?” —No,
respondió el hombre, —preferiría que fuera el propio Dios quien lo hiciera. —¿Quizá te gustaría
devolver a los pecadores al camino recto?” —No, —respondió el hombre, —no es para mí eso de conmover corazones humanos. Eso es
propio de los ángeles —¿Preferirías ser un modelo tal de virtud que suscitaras en la gente el deseo de
imitarte? —No, —dijo el santo, —porque eso me convertiría en el centro de atención. —Entonces, ¿qué es lo que
deseas?, —preguntó
el ángel. —La gracia de Dios,
respondió él. Teniendo eso, no deseo tener nada más. —No, le dijo el ángel, —tienes que pedir algún
milagro; de lo contrario, se te concederá cualquiera de ellos, no sé cuál. —Está bien; si es así,
pediré lo siguiente: deseo que se realice el bien a través de mí, sin que yo me
dé cuenta. De modo que se decretó que
la sombra de aquel santo varón, con tal de que quedara detrás de él, estuviera
dotada de propiedades curativas. Y así, cayera donde cayera su sombra y siempre
que fuese a su espalda, los enfermos quedaban curados, el suelo se hacía fértil, las fuentes nacían a la vida,
y recobraban la alegría los rostros de los agobiados por el peso de la existencia. Pero el santo no se
enteraba de ello, porque la atención de la gente se centraba de tal modo en su
sombra que se olvidaban de él; y de este modo se cumplió con creces su deseo de que se realizara el
bien a través de él y se olvidaran de su persona.
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