–Cuál es el sentido de la vida? Gorjeaba el ruiseñor. –¿Qué otra cosa sino cantar? Y rompió el aire con sus trinos. –¿Cómo va a ser el canto? Gritó un topo negro, –de ninguna manera, luchar continuamente con la oscuridad; en eso consiste la vida. –¡Eso sí que no! Objetó una mariposa de irisados colores. –Goces y alegría; esto es la vida. Tampoco tú tienes la razón, –le contestó una abeja, porque el sentido de la vida consiste en trabajar esforzadamente cada día, más trabajo que alegría. –¡Ah, es verdad! suspiró una hormiga. Más trabajo y cansancio que alegría. Desde las alturas bajó ruidosamente la voz de un águila: –Ninguno de ustedes tiene razón. La vida es libertad y poder, y ascenso a las alturas azules. Entonces se enzarzaron en la discusión las mismas plantas. El pino esbelto dio la razón al águila, afirmando que la vida es el ascenso a las alturas.
La rosa de los Alpes y la siempreviva fueron del parecer de la hormiga: –la vida no es más que lucha continúa y constante penar. La rosa y el lirio dijeron que la vida ha de ser pura alegría y mero encanto. También la nube hizo descender su voz: –La vida es amargura, llanto y lágrimas. Los ríos, que corren rápidos, gritaron sin pararse: –La vida es un continuo perecer; es un simple pasar…Y cuando el desconcierto y la contradicción y el desorden más caótico estaba en su apogeo, comenzó a repicar la campana de Navidad, y enmudeció como por encanto aquella algarabía del discutir, del filosofar y del charlar, y en el silencio repentino comprendieron todos la verdad de que la verdadera vida está en la paz y en la alegría, en la fuerza y en la armonía, en el empuje y en el valor, en la fidelidad y en la pureza.
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