Cuenta la historia que una mujer estaba
casada con hombre bueno pero muy machista. Ambos trabajaban a tiempo completo,
pero él jamás hacía nada en casa, y menos tareas domésticas. Él solía decir que
era trabajo de la mujer. Un buen día la esposa regresó a casa del trabajo y se
encontró a los hijos bañados, una carga de ropa en la lavadora y otra en la
secadora, la cena preparada y una mesa muy bien puesta, adornada con flores.
Ella se asombró, y de inmediato quiso saber qué estaba pasando. Resulta que su
esposo, había leído un artículo en una revista que decía que las mujeres que
trabajan serían más ardientes en el romance si no estuviesen tan cansadas de
hacer todo el trabajo doméstico, además del esfuerzo que desarrollan en sus
trabajos remunerados. Al otro día estaba ansiosa por narrar lo acontecido a sus
amigas en la oficina. —¿Cómo funcionó? —preguntaron. —Bueno, fue una gran
cena, mi marido incluso limpió, ayudó a los niños con sus tareas, dobló la ropa
lavada y guardó todo en su lugar. —Pero después, ¿Qué sucedió en la noche?, sus amigas quisieron saber. —No funcionó, contestó,
—mi marido estaba demasiado cansado.
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