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viernes, 24 de junio de 2022

Los Cien Días Del Plebeyo

 



Una bella princesa estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, esclavos y bueyes. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riquezas que el amor. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: –Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. La princesa, sorprendida y conmovida por semejante gesto de amor, acepta y le dice: –Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás. Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real se movía para que la princesa pueda ver y con una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y felicidad, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se fue muy lentamente del lugar donde había permanecido cien días. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: –¿Qué te ocurrió? ¿estabas a un paso de lograr tu meta, porque perdiste esa oportunidad, porqué te retiraste? Con profunda consternación y con lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja: la princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni si quiera una manta me dio, ni una palabra de aliento. No merecía mi amor.

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