Era una
noche muy fría, hace muchos años. La barba del anciano estaba vidriada por la helada invernal, mientras esperaba que
lo llevaran al otro lado del río. La espera parecía no tener fin. Su cuerpo se entumeció y tensó debido al viento helado del norte. Escuchó el suave y
continuo ritmo de los cascos que
se acercaban galopando por el helado camino. Observó con ansiedad cuando varios jinetes tomaron
la curva. Dejó que pasara el primero, sin hacer esfuerzo alguno por atraer su
atención. Después pasó otro y otro más. Finalmente, el último jinete se acercó
al sitio donde se encontraba sentado el anciano, como si fuera una estatua de
nieve. Cuando este hombre se acercó, el anciano lo miró a los ojos. —Señor, ¿le importaría llevar a un hombre al
otro lado? -Preguntó el anciano-. Parece ser que no hay un camino para
ir a pie. El jinete detuvo su caballo y respondió: —Seguramente. Al ver que el anciano no podía levantar su
cuerpo medio congelado del frío, el jinete desmontó y lo ayudó a montar. Llevó
al anciano no sólo al otro lado del río, sino hasta su destino, a unos
kilómetros de distancia.
Cuando se
aproximaron a la pequeña y acogedora cabaña,
la curiosidad del jinete lo obligó a preguntar: —Señor, noté que dejó pasar a varios jinetes, sin esforzarse por
asegurar que lo llevaran. Cuando yo me acerqué, de inmediato me pidió que lo
llevara. Siento curiosidad de
saber por qué, en una noche invernal tan fría, esperó y selo pidió al último
jinete. ¿Y si me hubiera negado y lo hubiera dejado allí?”. El
anciano desmontó con lentitud y miró al jinete directamente a los ojos. —He estado por aquí durante algún tiempo -respondió
el anciano. Creo conocer muy bien a la gente. Miré a los ojos a los otros
jinetes y de inmediato noté que no les preocupaba mi situación. Hubiera sido
inútil pedirles que me llevaran. Sin embargo, cuando lo miré a los ojos, su
bondad y su compasión fueron
evidentes. Supe que su espíritu amable aprovecharía la oportunidad para
ayudarme en mi momento de necesidad. Esos comentarios entusiastas
conmovieron profundamente al jinete. —Estoy
muy agradecido por lo que dijo, comentó el jinete al anciano. —Espero nunca estar demasiado ocupado en
mis propios asuntos y no responder a las necesidades de otras personas con
amabilidad y compasión. Después de pronunciar esas palabras, Thomas
Jefferson hizo que su caballo diera la vuelta y regresó a la Casa Blanca.
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