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lunes, 4 de julio de 2022

Prueba de Honradez



Uno tras otro, nos colocamos el instrumento en los oídos, auscultamos al paciente con sumo cuidado, movimos la cabeza en señal de afirmación. ¡Sí, ahí está! —decíamos. Vimos cómo se le iluminaban los ojos a los compañeros en turno en el momento en que percibían los sonidos. Al final le agradecimos al supervisor que nos hubiera mostrado un caso tan claro. Terminada la sesión, regresamos a la oficina de la jefa de enfermeras y tomamos asiento. El supervisor nos preguntó: ¿Están todos seguros de haber escuchado bien? —Le dijimos que sí, entonces él, con calma y sin pronunciar una palabra más, comenzó a abrir su estetoscopio. Luego sacó de su bolsillo unas pincitas y extrajo unos tapones de algodón que él le había puesto. El estetoscopio había estado inutilizado, muerto y con un silencio absoluto. Ninguno de nosotros podía haber oído los latidos del corazón del paciente, y mucho menos los famosos chasquidos. No vuelvan a hacer eso jamás, —nos amonestó el supervisor. Cuando no oigan algo, díganlo. Cuando no compréndanlo que alguien diga, háganselo saber. Fingiendo que entienden lo que no entienden, quizá logren engañara sus colegas, pero no sacarán nada bueno para sus pacientes ni para ustedes mismos. —En ese momento nos sentimos muy avergonzados. Pero hoy, trascurridos 20 años, pienso que aquella ha sido la lección más importante en mi vida de médico.

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