Cuando tenía diez años, y de visita en la casa de mi tío, me
divertía al ver a mi prima mayor prepararse mientras esperaba a su novio: toda
contenta se peinaba, se perfumaba y se pintaba los labios, se vestía muy guapa
y corría de un lado para otro de la casa arreglando todo con detalle para que su
amor no encontrara desorden alguno. Entonces llegaba el novio oliendo a perfume,
y cuando se miraban… ¡Ufff!, parecía que flotaran en el aire, se abrazaban con
ternura y ella le servía algo de tomar junto con las galletas que le había
preparado durante la tarde. Además, él gozaba con todo lo que ella le había
cocinado con esmero para cenar. Luego se sentaban a platicar por horas, después
de lograr que nosotros, los primitos, desapareciéramos de la sala. Ellos se escuchaban
el uno al otro sin perder detalle, ni soltarse de sus manos, hasta que al novio
no le quedaba más remedio que despedirse cuando mi tío empezaba a rondar por el
pasillo. Uno de esos días le pregunté a mi mamá:
—¿Cómo se llama tu novio?
—¡Mi novio es tu papá! —me respondió muy sonriente.
—No mami, ¡en serio…!
Pero ella
insistió, y así quedaron las cosas. Me quedé pensando en esa respuesta y empecé
a preguntarme: ¿Cómo va a ser mi papá el novio de mi mamá? Primero: él nunca
llega con un ramo de flores, ni con chocolates; si le da un regalo a mi mamá es
por su cumpleaños y por navidad, pero nunca he visto que el novio de mi prima
le regale una licuadora, o le da dinero para que se compre algo. Además, mamá
nunca pone cara de Blanca Nieves cuando papá llega del trabajo, ni él sonríe
como un príncipe azul cuando la mira. Mi mamá no corre a arreglarse el peinado,
ni a pintarse los labios al escuchar la llave en la puerta cuando mi papá
llega: apenas lo mira para decir “hola”.
El saludo de
mi papá, en vez de “hola mi vida”, era “hola, ¡qué día!” y de inmediato se
ponía la peor vestimenta para estar cómodo. En lugar de “¿qué quieres para
cenar?”, mi mamá le preguntaba, ansiosa: “Qué, ¿quieres cenar?”; y cuando
pensaba que papá le iba a decir “qué bonita te ves hoy”, más bien le preguntaba
“¿viste dónde quedó el control de la televisión?”.
Los novios se dicen cosas románticas como «¡cuánto te amo!», en vez de «¿fuiste al banco? Mi prima y su novio no podían dejar de mirarse, pero cuando mamá pasaba delante de papá, él inclina la cabeza para no perder detalle de lo que veía en la tele. A veces, papá le daba por detrás un abrazo sorpresa a mi mamá, pero ella se zafaba diciendo que estaba de afán. Mis padres solo se daban la mano cuando en misa el sacerdote decía: «Dense fraternalmente la paz. La verdad es que mi mamá no tiene novio y mi papá no tiene novia. Qué aburrido… ¡solo son esposos!
Moraleja
Ninguna
novedad, ninguna iniciativa, se pierde la ilusión. Cuando la rutina se abren
paso en la relación.
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