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lunes, 8 de enero de 2018

El Conjuro de los Indios Xioux


Cuenta una antigua leyenda de dos indios Sioux que una vez fueron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu. Toro Sentado, uno de los guerreros más jóvenes y valientes de la tribu, fue en compañía de Nube Azul, la hija del jefe de la tribu y una de las mujeres más hacendosas y hermosas de la tribu. Ella consideraba que ya estaba lista para casarse porque ya había aprendido a cocinar, a limpiar y era muy buena con los niños. 
—Nos amamos —dijo el joven.
—Estamos locamente enamorados y  nos vamos a casar. 
—Nos queremos tanto y no queremos que nada nos separe: te pedimos que nos des un hechizo, un conjuro, o un talismán; algo que nos garantice estar siempre juntos, algo que nos asegure permanecer uno al lado del otro hasta el final de nuestros días. ¿Hay algo que podamos o debamos hacer?
—Hay algo, contestó el viejo brujo, pero es una tarea muy difícil y muy pocas parejas lo consiguen hacer porque requiere mucho sacrificio. Necesito dos ingredientes para mi conjuro: Nube Azul, deberás ir hacia la montaña del trueno al norte de nuestra aldea. Deberás escalar sola hasta la cima de la montaña, ahí habita una de las águilas más feroces y hermosas del mundo y sin más armas que una soga y tus manos, la atraparás y traerás aquí con vida antes de la luna llena, ¿comprendiste?
—Y Toro Sentado, tu deberás ir a lo profundo del monte donde habitan los halcones ahí tienen sus nidos y solamente con tus manos y con una red deberás atrapar al halcón más grande y fuerte y traerlo ante mí, vivo y sin heridas el mismo día en que regrese Nube Azul. ¡Vayan ahora!
Los jóvenes se abrazaron con ternura, se despidieron y luego partieron a cumplir las misiones encomendadas, ella hacia el norte y él hacia el sur. Les costó mucho y vivieron muchas aventuras para poder atrapar las aves pero lo hicieron. El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con las bolsas que contenían las aves solicitadas.
El viejo sabio les pidió que, con mucho cuidado, las sacaran de las bolsas. Eran verdaderamente unos hermosos ejemplares.
—¿Y ahora, qué hacemos? —Preguntó el joven—. Les sacarás sus plumas y harás un collar de amuleto de amor para nosotros?
—No —dijo el viejo.
—¿Nos beberemos su sangre y haremos un ritual? —inquirió la muchacha.
—No —repitió el viejo. Harán lo que les digo: saquen las aves de las bolsas y busquen la cuerda más dura que encuentren amárrenlas entre sí, una por la pata izquierda y la otra por la pata derecha. Cuando lo hayan hecho, suéltenlas y dejen que ellas vuelen libres. El tiempo que las aves permanezcan unidas será el tiempo que ustedes permanecerán unidos.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía, fueron afuera y soltaron las aves. Tanto el águila como el halcón comenzaron a volar juntos pero pronto se enredaron en la cuerda y cayeron al suelo, cada vez que lo intentaban sucedía lo mismo. Después has aves comenzaron a pelear entre sí porque por culpa de la otra ave no podía volar así que trataban de deshacerse del otro a picotazos. El viejo dijo:
—Como este es el consejo que me piden, jamás olviden lo que han visto, a ustedes les pasará lo mismo que las aves: ustedes son como un águila y un halcón. Si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no solo serán incapaces de volar sino que vivirán arrastrándose y además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse el uno al otro. Si quieren que el amor les perdure —remató el anciano—, vuelen juntos, pero jamás vuelen amarrados.

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